Día viernes, el juicio
Citas claves: Mt. 26.57 – 27.31; Mc. 14.53-15.20; Lc. 22.54-23.25.
A Jesús lo apresaron en Getsemaní al filo de la media noche del día jueves. A partir de allí, comenzaron una serie de juicios que terminarán con la sentencia de pena de muerte para Cristo. Veamos el relato de estos complejos movimientos que se dieron a lo largo de la madrugada del viernes.
Después de ser apresado en Getsemaní, según el Evangelio de Juan, Jesús es llevado a la casa de Anás. Este era el anterior sumo sacerdote y suegro de Caifás el Sumo Sacerdote de ese entonces. Aunque Anás no era el Sumo Sacerdote, tenía fuerte influencia en los asuntos relacionados con la religión judía. Para muchos era el poder detrás del trono. Después de un breve interrogatorio relacionado con la doctrina y los discípulos de Jesús, Anás lo envía con Caifás y el sanedrín para iniciar el juicio contra Jesús.
En casa de Caifás el juicio está enfocado en condenar a Jesús a la muerte. Llevan testigos falsos que no logran concordar con sus testimonios, finalmente Caifás pregunta a Jesús: “¿Eres tú el Cristo, el hijo del Bendito?”, a lo que Cristo respondió: “Yo soy” (Mc. 14.61-62). Ante la respuesta el Sumo Sacerdote se rasgó las vestiduras y declaró que no había necesidad de más testimonios, el sanedrín concordó que era suficiente para declarar la pena capital.
Mientras tanto Pedro había seguido a Jesús a la casa del Sumo Sacerdote. Llegó hasta el patio de la casa en donde encontró a los guardias calentándose por el frío en una fogata. Estando entre ellos fue cuestionado en 3 ocasiones por ser uno de los discípulos de Cristo. Las dos primeras ocasiones lo señaló una mujer que era sirvienta en la casa del Sumo Sacerdote, la tercera vez fue cuestionado por los que estaban parados cerca de Pedro alrededor de la fogata, aludiendo el acento galileo de Pedro que lo delataba, por tercera vez negó ser parte del séquito de Jesús. Inmediatamente el gallo cantó justo como Jesús se lo había dicho, así el discípulo intrépido de Cristo corrió huyendo para pasar la noche llorando amargamente. El canto del gallo es una referencia de que la hora había avanzado y el amanecer estaba próximo.
En los albores del día, el sanedrín toma el acuerdo de enviar a Jesús con Pilato, el gobernador romano. Esto era inevitable porque aunque Jesús era digno de muerte según la ley Judía, ellos no tenia la autoridad para declarar y ejecutar la pena de muerte, solo Roma podía hacerlo, la reunión con Pilato era vital.
Mientras tanto Judas, al darse cuenta que el Señor será inminentemente condenado, es inundado con olas de remordimiento y va con el Sanedrín para devolver las 30 monedas de plata que había recibido por vender a Jesús. Al Sanedrín le importa poco la condición de Judas por lo que rechazan la devolución y dejaron en claro que no les importaba la inocencia de Jesús ni la conciencia herida de Judas. Este lanzó las monedas en el templo, salió y se ahorcó.
Pilato interroga a Jesús pero no encuentra razón para matarlo. El sanedrín incita la ejecución de Cristo. Al percatarse Pilato que Jesús es Galileo decide enviarlo a Herodes quien está en Jerusalén para este tiempo. Herodes evidencia interés por conocer a Jesús, pero hace un interrogatorio superficial y después de ridiculizarlo y mofarse lo envía de nuevo con Pilato, es obvio que él no quería resolver este asunto.
Pilato resuelto a castigar a Jesús para luego soltarlo recibe una advertencia seria de parte de los acusadores del Maestro. Le dicen que Jesús se ha declarado el rey de la gente. Esto significaba un asunto serio para Roma y el César, semejante declaración representaba alta traición y esto era algo que Pilato no podía pasar por alto. Este movimiento fue una estrategia certera de parte de los acusadores, porque los asuntos religiosos no eran del interés de Pilato, pero ahora era un asunto político y de estado, Pilato debía actuar.
La turba, incitada por el Sanedrín pidió que se aplicara la costumbre en la pascua de liberar a un reo. La decisión estaba entre Barrabás y Jesús, así el pueblo decidió soltar a Barrabás un asesino y alborotador, y condenar a Jesús a la crucifixión.
Pilato envió a Jesús al pretorio romano (el Palacio) para que lo azotaran. Los soldados lo golpearon, se mofaron, pusieron una corona de espinas, lo cubrieron con una túnica púrpura y finalmente lo sacaron para ser crucificado.
El juicio de Cristo fue absolutamente irregular. Fue conducido de noche, no tuvo defensa, habían falsos testigos y la acusación de traición no estaba considerada en los cargos preliminares. El Evangelio de Juan nos da detalles del diálogo de Jesús y Pilato de donde extraemos una aseveración para nuestra reflexión en medio de tantos eventos que rodearon este juicio.
Juan 18.37-38, dice:
“…Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz.
Le dijo Pilato: ¿Qué es la verdad? Y cuando hubo dicho esto, salió otra vez a los judíos…”
Qué gran pregunta de Pilato, estuvo cerca del gran descubrimiento: Cristo es la verdad, la verdad que nos libera. Pilato preguntó pero huyó. No tema a la verdad, huya de la mentira, pero no de la verdad. La verdad está en la Palabra de Dios, la verdad está en la vida de Jesús, la verdad está en la comunión viva con el Señor. Esa verdad nos hace vivir con plenitud y en rectitud, nos hace caminar en paz. No hay medias verdades, cuando husmea en las línea de la Biblia encuentra verdades contundentes y lo son. No caiga en la trampa contemporánea de definir bajo su criterio y conveniencia qué es la verdad, eso nos llevará a divagar y a aplicar juicios erróneos acerca de Dios como le sucedió a Pilato. La verdad está en Jesús, la verdad está en la Palabra de Dios, Jesús es la verdad, acérquese a él y la encontrará.
Un homicida convicto fue liberado y Cristo fue sentenciado, azotado y preparado para la caminata final hacia el Gólgota, es la mañana del viernes y el escenario está listo para los episodios finales de la Pasión.